RESUMEN DE LA TESIS Desde su aparición biológica el ser humano se ha visto obligado a crear objetos que facilitaran su subsistencia. En este proceso la Revolución Industrial va a marcar un momento histórico determinante, ya que la máquina asumirá muchas de las funciones que, hasta la fecha, eran competencia del individuo. Debido a ello, éste quedará adherido, más que nunca, a un proceso tecnológico, un destino biológico «extendido» y «expandido» por mecanismos que alterarán profundamente su relación con el mundo. Tomando el arte como reflejo social, la industria, la máquina y la nueva era fueron adoptadas como epicentro de las representaciones artísticas del siglo XX y, con ello, se subvirtió el lenguaje tradicional. Los sectores más críticos trataron de despedazar el discurso de la alta cultura a través de la fusión con lo popular, creando, de esta manera, una ecuación fundamental: arte = vida. Espacios públicos, teatros, pero especialmente bares y cafés fueron escenario de peculiares representaciones en las que lo corporal fue el principal protagonista, una manera particular de reflexionar sobre las repercusiones que la técnica infligía en el cuerpo y su verdadero papel en la sociedad contemporánea. Libertad y entusiasmo fueron los conceptos que definieron a las vanguardias artísticas del pasado siglo, una euforia que se desvaneció a causa de la Segunda Guerra Mundial. El cuerpo y su representación quedaron ocultos. Tras la tragedia, la sociedad fue víctima de una reestructuración profundamente conservadora. Bastó una década para que ciertos sectores intelectuales sintieran que no podían seguir aceptando un contenido cultural y artístico desideologizado. Aquel estado de ánimo políticamente consciente alentó las manifestaciones y gestos reivindicativos recuperando el más puro estilo dadaísta como vehículo para atacar el establishment. A finales de la década de 1950, tanto en Estados Unidos como en Europa, se reemprendió la acción corporal en la representación artística como un lenguaje necesario para atacar la ideología burguesa. Con ello, llegamos al año 1968, fecha clave en la que se despertó la conciencia social contra el totalitarismo y en la que el cuerpo recuperó su categoría. La performance —término que no se inauguró como tal hasta los años 1970— se transformó en el lenguaje más apropiado para representar los nuevos valores estéticos, así como para poner en práctica las teorías más reivindicativas. Poco a poco se consolidaba un concepto de arte sociológico que defendía la integración del cuerpo en el proceso creativo, unas demostraciones que se acuñaron como Body Art. En la década de 1970 podemos volver a hablar de somacentrismo. Sin embargo —y es aquí donde Extensiones corporales en el contexto del Body Art. Revolución del deseo cobra su sentido—, algunos y algunas artistas, insatisfechos con una exploración del cuerpo de raigambre materialista, adoptaron elementos configuradores de la corporeidad tales como vestidos, complementos y objetos de diversa naturaleza. Aquel interés que los y las artistas de vanguardia mostraron por la tecnología se había transformado en otra de naturaleza muy distinta que, pese a sus diferencias, cumplía las mismas funciones que la máquina adquirió a principios de siglo XX: la de «extensión corporal». Esta vez no fue necesaria una guerra para paliar la ideología radical de la década de 1970, la aparición del SIDA, una aguda crisis económica y, como consecuencia, una actitud cargada de resignación y desengaño llevaron a marcar, diez años después, el final de este período. La popularización de la era digital se ha encargado de mostrar una realidad que retrocede a los valores más reaccionarios.