Resumen:
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[ES] El 15 de abril los ojos del mundo miraban a París. El incendio de la catedral de Notre-Dame, en el corazón de la capital francesa, fue un acontecimiento difícil de soportar. La colosal silueta de las dos torres, ...[+]
[ES] El 15 de abril los ojos del mundo miraban a París. El incendio de la catedral de Notre-Dame, en el corazón de la capital francesa, fue un acontecimiento difícil de soportar. La colosal silueta de las dos torres, proyectada desde las alturas sobre los tejados de la ciudad como una profunda entalladura de sombra, solo era perturbada por la brillante incandescencia de la aguja neogótica de Viollet-le-Duc. No era una oscura noche lo que se había abatido sobre la catedral, sino un atardecer sin sol. La ciudad parecía haberse emocionado y el mundo la lloraba en todas las lenguas. Tras el desastre, un debate aún más ardiente, si cabe, se desató entre los partidarios de honrar la ruina desde una perspectiva ruskiniana, los paladines de la modernización con su ansiado gesto contemporáneo y los defensores de rehacer la historia con una reconstrucción mimética, casi filológica, del monumento. Así, personalidades de todos los ámbitos del arte, la cultura e incluso la política, se enzarzaron ante las cámaras en una interesada discusión más mediática que eficaz, mientras las brasas de la catedral todavía crepitaban. No obstante, Notre-Dame resistió, sus muros permanecieron en pie y sus gárgolas, apostadas en las torres, siguen velando por las gentes de París. En este punto, ¿cómo debería erigirse de nuevo uno de los edificios más identitarios del Gótico universal? El interés en la pregunta queda demostrado por la cantidad de propuestas, si bien demasiado superficiales, que durante meses han tratado de aportar luz a la cuestión. Sin embargo, en este contexto político y social en el que percibimos la decadencia de Europa, restaurar Notre-Dame significa mucho más que velar por el patrimonio material, significa reconstruir una idea. Y de la fe en esa idea, surge el presente trabajo.
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[EN] On April 15 the eyes of the world looked at Paris. The fire of the Notre-Dame cathedral, in the heart of the French capital, was a difficult event to endure. The colossal silhouette of the two towers, projected from ...[+]
[EN] On April 15 the eyes of the world looked at Paris. The fire of the Notre-Dame cathedral, in the heart of the French capital, was a difficult event to endure. The colossal silhouette of the two towers, projected from the heights over the rooftops of the city like a deep notch of shadow, was only disturbed by the bright glow of the neo-Gothic steeple of Viollet-le-Duc. It was not a dark night that had fallen on the cathedral, but a sunless sunset. The city seemed to have gotten excited and the world cried for her in all languages. After the disaster, an even more ardent debate, if possible, broke out among supporters of honoring the ruin from a Ruskinian perspective, the paladins of modernization with their long-awaited contemporary gesture and the defenders of remaking history with a mimetic reconstruction of the monument, almost philological. So that, personalities from all fields of art, culture and even politics, argued in front of cameras in an interested discussion more mediatic than effective, while the embers of the cathedral still crackled. However, Notre-Dame resisted, its walls remained standing and its gargoyles, watching from the top of the towers, continue taking care of the people of Paris. At this point, how should one of the most identity buildings of the universal Gothic be erected again? The interest in the question is demonstrated by the number of proposals, although too superficial, that for months have tried to bring light to the issue. However, in this political and social context in which we perceive the decline of Europe, restoring Notre-Dame means much more than veiling over material heritage, it means rebuilding an idea. And from faith in that idea, the present work arises.
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