Resumen:
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SANA HERIDA
El proyecto final de carrera de Eva González tiene algo de esa ancestral manera con la que el agricultor ¿hiere¿ la tierra para sanarla o el estilete reaviva el tejido necrosado; como lo hace el arado para ...[+]
SANA HERIDA
El proyecto final de carrera de Eva González tiene algo de esa ancestral manera con la que el agricultor ¿hiere¿ la tierra para sanarla o el estilete reaviva el tejido necrosado; como lo hace el arado para abrir surcos en los que fructifica la semilla y como lo hacían las antiguas curanderas astures consagradas a la Madre Tierra. Es un proyecto excelente.
Hay, en primer lugar, una lectura biográfica del lugar, una relectura, una reinterpretación, una digestión casi, cuyo producto final convenientemente destilado reaparece en el resultado proyectual con una naturalidad que lo aproxima a la optimización de recursos con la que me gusta redefinir el concepto de sostenibilidad apropiado por la disciplina arquitectónica.
La idea de itinerario o, mejor, de recorrido acaece un hilo conductor del que no se alejan ¿desde los primeros bocetos- las soluciones formales o las constructivas, confiriendo al trabajo esa cualidad de unidad que siempre conviene al hecho arquitectónico. Y no se trata ya de comprobar la fina sensibilidad de su autora para incluirse en el paisaje sin necesidad de hablar del famoso ¿impacto ambiental¿ porque este proyecto ¿construye¿ el paisaje y complementa su estado anterior hasta completarlo añadiendo un ingrediente productivo que acaba por perfeccionarlo.
Es singular que para ello Eva González haya optado por interpretar ¿a la contra¿ la topografía y encontrarse transversalmente con las curvas de nivel, alejándose del aterrazamiento abancalado propio de la preparación para el cultivo, y más estático, descubriendo una manera heredada del camino, más dinámico.
Y hay una cadencia, un ritmo, que se plasma en cada estancia según su uso y su significado dentro del programa funcional y se materializa de acuerdo con su localización relativa y su dimensionamiento específico.
Son acertadas las decisiones en la elección de los materiales y sistemas constructivos adoptados, ilustrando con sencillez la permanente ambición arquitectónica de ligar lo natural con lo artificial, lo artesanal con lo tecnológico, el marco con el nuevo contenido, lo preexistente con lo proyectado, lo viejo con lo nuevo en suma.
Hay ese compromiso noble siempre presente en el entusiasmo del neófito, pero hay también una rara madurez propia de la militancia antigua, que se expresa con serenidad y contundencia acercando los extremos de ilusión y realismo que suelen caracterizar las mejores muestras de la arquitectura construida.
Y hay un misterio preciso ¿si es que es posible tan enigmática mixtura- que en el muro, ese muro que es lenguaje confesado por la autora, cobra carta de naturaleza, dimensión y función añadida. La sobriedad del espacio que encierra pertenece a la categoría de lo que quiero denominar prosa poética (permítaseme el atrevimiento).
La riqueza formal, la calidad estética del conjunto dan cuenta de una sensibilidad al servicio de lo razonable, dado su confortable encuentro con el rigor constructivo. Todo esto se observa en cada uno de los documentos que componen un estudio exhaustivo, desde la analítica completa del lugar y del programa de necesidades hasta el dibujo preciso ¿y precioso- por el que se comprende lo ajustado de las soluciones y la posibilidad cierta de su ejecución. Como Presidente del Tribunal que juzgó su exposición y defensa públicas, doy fe de lo apropiado de las mismas y del dominio de la ya arquitecta de su propio discurso arquitectónico.
Y quiero destacar, sin merma de mérito alguno de la autora, la labor de dirección ejercida por el profesor Campos.
José María Lozano Velasco. Doctor Arquitecto. Catedrático de Proyectos Arquitectónicos profesor de PFC y responsable del Taller H.
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